Comentario
El 10 de junio de 1940, al entrar en guerra Italia, los mandos militares del África Oriental Italiana (AOI) se preguntan cómo van a defender un territorio tan vasto (casi dos millones de km2), rodeado de territorios enemigos (Sudán, Kenya, Somaliland) y aislado, en el que todavía subsisten focos de resistencia armada desde la ocupación de 1936 en Godyam, Amhara y Shoá.
En 1939 los italianos pensaban que no habría guerra o que, si la había, sería breve y, además, debería ser ganada en otro lugar. El mando militar, y a su cabeza el Duque de Aosta, virrey de Etiopía y comandante supremo, no tiene planes para hacer frente a los británicos. En 1938 y de nuevo a comienzos de 1940 el Duque ha confesado que Italia no podrá combatir en África ni siquiera una guerra defensiva, pues se carece de todo, y el AOI es muy difícil de aprovisionar -como se había visto durante la guerra de 1935-.
Cuando estalla la guerra de 1940, el AOI es abandonada a sí misma: "Que se defienda como pueda -dicen en Roma- ;pues no podemos enviar ni un avión ni un neumático más", lo que por otra parte sería casi imposible tras el cierre del canal de Suez para los países del Eje. Pero en la colonia no se piensa en reforzar las defensas, mejorar el adiestramiento de la tropa, ni se evacua a la población civil de las zonas peligrosas o indefendibles. El Duque es incapaz de captar la situación. Además, inexplicablemente, no se tienen en cuenta viejos planes de invasión de Sudán y Egipto por el sur, lo que permitiría teóricamente contactar con las tropas italianas del Norte de África, aprovechando la presente superioridad numérica de los italianos sobre los británicos entre julio y diciembre de 1940; o, al menos, obligar a los británicos a trasladar tropas de Egipto a Sudán, aliviando a Graziani. Tampoco se piensa en "cerrar" el mar Rojo, ni en bloquear el canal de Suez, ni en iniciar una guerra de corso. Los únicos planes serán la conquista de porciones de las vecinas colonias británicas para facilitar la defensa de las fronteras y llegar a la que se creía ya próxima paz con algo entre las manos.
Los italianos disponen de fuerzas numerosas, pero dispersas y mal armadas: 74.000 soldados metropolitanos y 182.000 indígenas o áscaris (según el Ufficio Storico Militare). Los metropolitanos incluyen soldados regulares, camisas negras, carabineros, colonos armados, etc., de adiestramiento desigual; los indígenas (que Italia sólo utilizará en África, a diferencia de británicos y franceses) de origen eritreo y somalí serán fieles a Italia, en general, al contrario de los recién incorporados etíopes.
Los italianos disponen de 325 aviones (sólo 150 realmente útiles, como los Fiat CR-32 y CR-42), 6 submarinos en el mar Rojo, 63 carros de combate (24 M-11 y 39 L-35, de escasa eficacia) y, más adelante, 126 automóviles blindados de fabricación local; poseen escasa y anticuada artillería, relativamente pocas ametralladoras; los camiones son viejos; se carece de piezas de recambio para vehículos y armas. No hay fortificaciones; sólo reductos protegidos y fortines, atrincheramientos, y muros y empalizadas, como para una guerra colonial. Las comunicaciones son malas y las conexiones difíciles.
Los británicos, en cambio, disponen de pocas fuerzas (2.200 hombres en Sudán, 8.500 en Kenya, 1.500 en Somalia, 1.400 en Adén, etc., sudaneses, indios, sudafricanos, británicos) que pronto irán aumentando; menos de 200 aviones anticuados (Blenheim, Gloster, Wellesley, etc.) y pocos carros, pero bastantes camiones. Sin embargo, la flota controlará casi a voluntad el mar Rojo y el Indico.
Poco antes de la guerra, además, los británicos se habían puesto en contacto con la resistencia interna etíope y con algunos ras anti-italianos como Seyúm y Aialeu Burrú, a quienes el general Platt prometerá ayuda en caso de guerra (también los italianos habían contactado con dirigentes nacionalistas kikuyu en Kenya).
Los británicos saben que el tiempo trabaja en su favor, y que las posibilidades ofensivas de los italianos son mediocres. Además, sin complejos, van a poner en práctica su táctica habitual en casos de inferioridad: abandono de lo que no se puede defender, esperando la ayuda que en un imperio policéntrico como el suyo les va a llegar seguro y pronto.